Veámoslo:
En el centro del casco antiguo de Jerusalén se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro. Su interior alberga el calvario y la tumba del Salvador. El templo actual fue construido por los cruzados y constituye el lugar de culto más importante de los cristianos. La muerte y la resurrección tuvieron lugar en este lugar, hoy situado dentro de la ciudad vieja, pero hace dos mil años, situado en las afueras.
En el interior, la nave presenta un aspecto negruzco que da cierto aire de solemnidad a este vetusto lugar. En primer lugar, los miembros del grupo nos hemos dirigido al lugar del Calvario, situado en un altar elevado respeto a la planta de la iglesia, accesible a través de unas escalinatas. No hemos tardado en entrar, pues no había mucha cola. Hemos tenido suerte. Un religioso ortodoxo procuraba en todo momento que la gente pudiese entrar en el Calvario sin ninguna molestia. Su papel de maestro de ceremonias le quedaba bien, sobretodo delante de toda esta turba, hoy no muy numerosa, de peregrinos, dispuestos a arrodillarse, sin tener que dejar las cámaras digitales.
Con muchos compañeros pelegrinos hemos hablado del rol o papel que tienen las cámaras en las oraciones y en los actos sagrados, por ejemplo, en su liturgia. ¿Cuál es su utilidad? ¿Qué queremos inmortalizar? ¿No confiamos suficientemente con la memoria?
Dentro del calvario, he repetido el gesto del resto de pelegrinos: el poner la cabeza dentro del agujero. En ese instante, he tenido cierta sensación de tranquilidad. Estaba consciente de lo sagrado de ese acto, de esa acción. Un silencio huidizo que se ha desvanecido en salir de ese lugar. De nuevo las fotos, los flashes...
Sin tener que salir del templo, nos hemos trasladado a la parte del mismo que se corresponde al Santo Sepulcro. Situado dentro de una edícula, este lugar no corresponde su importancia con el poco respeto que se vive en su alrededor. Entrar en la tumba se vive como una etapa más de una visita guiada. Ha perdido, si es que lo tuvo en alguna época, toda su significación. La oración existe para pocos pelegrinos, pero para el resto, no.
Los que hablan a viva voz y los que se creen que están en un parque temático son responsables de sus actos, pero la multitud de religiosos de las iglesias orientales (me refiero a los griegos), los cuales llevan el calificativo de ortodoxos, poco parece importarles tal desbarajuste.
Al contrario que en el Calvario, aquí hemos tenido que esperar un buen rato, más de una hora. He aprovechado esta espera para concentrarme en mi mismo, en aislarme del exterior, centrando mis pensamientos en la esperanza.
Salidos del lugar, hemos visitado el Muro de las Lamentaciones. Hoy es sábado, el día sagrado de los judíos. Por este motivo, algunos fieles de esta religión rezaban con cierto ardor en este lugar, la parte más cercana al antiguo Templo de Jerusalén, hoy convertido en una explanada llena de mezquitas.
En este lugar, los hombres y las mujeres nos hemos tenido que separar. El famoso Muro de las Lamentaciones se tiene que visitar con la cabeza tapada por algún tipo de sombrero o de gorra. Ver rezar a los judíos hipnotiza a los presentes: sus cuerpos parecen entrar en un trance que los aleja de la mundanal sociedad y los acerca a Dios.
Me he acercado al mudo, lo he podido tocar. Yo y el Muro del Templo que construyeron los que retornaron de Babilonia. Mis manos han tocado y percibió la frescor de las trabajadas piedras, parte del antiguo Israel.
Los preceptos judaicos prohíben tirar fotos en sábado, y más en este lugar.
He mirado hacia el cielo, contemplando el plomo ligeramente inclinado del muro. En cierto lugar, el color marrón claro se para, para dar paso al azul celeste. DE golpe, mis pensamientos se han trasladado hacia tiempos pretéritos, de cuando Salomón construyó el Primer Templo. También de cuando Jesús lo visitó, y como debía ser capaz de recitar la Torá.
Ha sido emocionante.
He retornado la mirada hacia delante de mis ojos. En este momento he dejado de tocar el muro. No he puesto ningún papelito, pero he empujado uno que se encontraba delante de mis ojos. Esta ha sido mi decisión, no quiero pedir nada, sólo empujar los deseos de otra persona, que seguro serán buenos.
El resto de pelegrinos también estaban en silencio. Si una palabra puede definir lo que he visto, ha sido la de rigor, en todos los aspectos.
Después hemos visitado la sinagoga del extremo de este lugar sagrado para los judíos. Los hebreos rezan en su interior, igual nuestra presencia les estorba. Pero nos ignoran. Parecen concentrados. Con mi silencio, interiormente, les pido mil perdones. Estamos en su casa. Les debemos guardar respeto.
Por la tarde, después de comer, y en plena hora de la sobremesa, hemos continuado nuestro peregrinaje. Esta vez hemos visitado el lugar del nacimiento de Juan Bautista, situado a pocos kilómetros de la capital. Después hemos celebrado la Eucaristía.
Después hemos retornado a Jerusalén, para visitar la Custodia de Tierra Santa, la cual está a cargo de los Franciscanos. El vicario de esta orden nos ha recibido muy amablemente. Es la primera persona que he conocido de Palencia, una pequeña capital de León, del Norte de España. Palencia, según nos ha comentado, es una de las provincias más despobladas del su país.
El fraile nos ha recogido dentro de una bonita y inmensa sala. Llena de ornamentos religiosos de todo tipo, sobretodo de cruces de nácar. El religioso ha aprovechado la ocasión para intentar adoctrinarnos, sobretodo en la problemática que están sufriendo los árabes cristianos. El hombre, en su discurso, partía de un error, confundía en todo momento el ser cristiano con el ser católico. Obviaba este hecho, por ejemplo cuando hablaba de la inexistencia de cristianos en ese país durante 300 años. Ignoraba que los cristianos orientales, por el hecho de no depender de Roma, fuesen cristianos.
Todo y la confusión, este buen hombre solamente ha querido hacernos partícipes de la problemática que sufren los cristianos de Tierra Santa. Tiene mucha razón, pues la mayoría de ellos, hartos de las presiones de los islamistas, y de ciertos sionistas radicales, toman el camino de una prosperidad lejana de su tierra. Emigran a Europa i a los Estados Unidos.
El buen hombre me ha pillado desprevenido y me ha preguntado por el nombre de ese mar, que por mucho que metas la caña, jamás pescarás nada. La respuesta era fácil, el Mar Muerto, pero mi intelecto se ha entretenido en otros albores. En definitiva, que el hombre del lapsus de cristianos i católicos se ha quedado conmigo. Yo tendría que ir a una clase de Geografía y él de Teología.
Cuando ha llegado el turno de las preguntas, el hombre ha tenido que aguantar unas cuantas críticas. Yo le he querido expresar mi visión de las iglesias de Tierra Santa, en tanto que edificios. He considerado que parecen ser las atracciones de un parque temático. Esta opinión no ha estado pronunciada sin ninguna intención malévola, pero era la mía. Y una serie de días de peregrinaje me lo están demostrando. Las iglesias parecen estar estructuradas como cierto negocio construido encima de la fe de los humanos i de los pueblos. Siempre he pensado en lo que hizo Jesús cuando entró en el Templo, convertido en un mercado. Supongo que su acción no hubiera cambiado delante de la situación que he comentado.
Después ha venido el momento de cenar, y la posterior reflexión. Mañana nos espera un día muy largo, con el Vía Crucis, el Mar Muerto, y Jericó.
Buenas noches.