martes, 30 de junio de 2009

17-09-2008





Hemos empezado la jornada de hoy, un miércoles, muy temprano, aún no había amanecido. A las ocho nos encontrábamos sentados dentro del autocar, que en menos de dos horas nos ha conducido hacia el norte de Israel, pasando la mayor parte del tiempo por aldeas y tierras judías, características por las casas bien alineadas, las granjas y los campos cultivados.

La zona norte de Israel tiene una capital propia, se trata de la nueva ciudad de Kiryat Shmona, situada muy cerca de las posiciones de las milicias libanesas de Hezbolá, que con el apoyo de Siria y del Iran, se han comprometido a expulsar a todos los judíos de estas tierras, que consideran suyas. Muchos de los militantes de este grupo son descendientes de árabes fugitivos o expulsados de Israel el 1948, y unos años más tarde, de Jordania. La frontera con el Líbano ha aparecido de golpe, sin darnos cuenta, instantes después de salir de la capital regional dirección Banias. Una alambrada recorre todo el trayecto, subiendo y bajando por las carenas y laderas, siguiendo la línea divisoria.

En todos los desplazamientos que hemos realizado hasta ahora, nos ha resultado fácil encontrar militares en muchos cruces, parados y haciendo la señas de auto-stop, que por lo que me han comentado, es toda una tradición en Israel. Sí, lo que leéis, toda una tradición. En nuestro país, en Cataluña, la gente no es de apearse en estos lugares, no contamos con la suficiente confianza, pero en Samaria es costumbre: “cualquier niño que lleve un Galil y que hace auto-stop podría ser nuestro hijo”, piensan muchos judíos. Y tienen mucha razón. Los israelitas ingresan a filas a los 18 años. El servicio militar obligatorio dura tres años y tienen que ir hombres y mujeres. Transcurrido este tiempo, los soldados pasan a formar parte de la reserva activa y cada año tienen que regresar al cuartel un mes. Esto dura hasta que el militar ha cumplido los 40 años, momento en que se pasa a una segunda reserva en la cual se realizan unas clases de reciclaje, una vez al año.

Banias está situado en un lugar idílico, rodeado de ruinas griegas y romanas, dónde nace uno de los brazos del Jordán. Este ha sido el sitio en qué todos los peregrinos han recogido el agua de las fuentes que surgen en la parte inferior de un templo griego, situado bajo una peña, y dedicado a Ban. Con esta agua, los peregrinos bautizaran a nietos y amigos, una vez regresen a casa.

Columnas, capiteles, piedras taladas y algunas inscripciones en griego constituyen la totalidad de los restos. A escasos metros de la inmensa roca de la montaña, en el llano, unas excavaciones empiezan a mostrar lo que queda de la antigua capital romana de la zona: Caesarea.


El mapa me indica que nos encontramos muy cerca de Damasco, y como no, a muy pocos metros del Líbano. Sin ir más lejos, la carretera que hemos tomado hoy, parece bordear el límite con los vecinos norteños durante muchos kilómetros. Muy pronto nos hemos alejado de esta zona y hemos regresado hacia al sur.

Hemos almorzado lejos de Banias, en la montaña de las Venturanzas, que según mosén Sàrries, es uno de los lugares más importantes de la cristiandad, puesto que este sitio significa la renovación de la Ley, en este caso, a través de la palabra de Jesús. Puede que no se trate del lugar real, pero su simbolismo nos indica la importancia que tiene para los fieles. El lugar evangélico está constituido por unos hermosos y lindos jardines que parecen descender hasta el cercano y vecino mar de Galilea o lago Tiberiades. Una iglesia, que preside el lugar, parece de nueva creación. Una comunidad de religiosas italianas tiene cura de este bello rincón de la creación.

Unos ventanales dejan pasar la luz al interior del templo, desde el cual se puede contemplar una idílica vista del mar de Galilea. Flotando, y surcando su superficie, a lo lejos, ha aparecido un barco, seguramente dedicado a la pesca o al transporte de turistas, de una orilla a otra del gran lago o mar de agua dulce., como prefiera el lector.

Teniendo en cuenta que somos de tierra firme, de zonas de interior y alejadas del mar, un grupo de peregrinos nos hemos quedado embobados con la visión de la pequeña embarcación pesquera o de recreo.
-¡Mirad! ¡Un barco!

-¡Qué bonito!

La presencia del barco y nuestros comentarios han roto la paz silenciosa que se respira en el lugar. Unas de las religiosas italianas nos han llamado la atención, puesto que hemos interrumpido los rezos de los fieles. Esto nos pasa por vivir en un lugar alejado del mar.


El almuerzo ha consistido de dos platos, el primero de pasta –será por lo de las monjas italianas-, y el segundo de pescado, concretamente del que se pesca en el lugar, denominado de San Pedro. El pez, de la familia de los barbos, y parecido a una dorada, tenía un aspecto muy feo. Su fealdad no es de enfermedad, es genética. El susodicho San Pedro es un pescado repleto de espinas y con una cara horrenda, que parece decir:

“Cómeme todo, aunque sea feo.”

He preferido no probarlo y comerme un plato alternativo, una porción de pechuguita de pavo. Imaginaos si era grande. Dejemos la ironía, los comensales peregrinos han mostrado disparidad de gustos sobre el pescado santo pescado en el lago. Parece que estamos demasiado acostumbrados a la abundancia de víveres y a comer demasiado bien. No nos ha venido nada mal la escasez alimentaria del almuerzo, así deberían comer Jesús y los Apóstoles.

La visita de la tarde se ha centrado en los lugares cercanos a la montaña, al lado del lago, primero Tagba, donde Jesús multiplicó los panes y los peces, y después al lugar del Primado de Pedro.

Tagba, que parece ser también un lugar simbólico, está ocupado hoy por un monasterio benedictino de monjes alemanes. Los religiosos germánicos se instalaron en Galilea antes de la Segunda Guerra Mundial. La iglesia, austera, consta de tres naves, y esconde en su planta los restos de un antiguo templo de estilo bizantino, como no podía ser de otra manera.

Por un momento, me he imaginado toparme con un caballero teutónico en alguno de los rincones de la iglesia, pero vaya, no fantaseemos con las altas y tórridas temperaturas de la región.

A pesar de los cuarenta grados de temperatura, la visita ha sido muy agradable, la sobriedad del templo, prácticamente desprovisto de figuras y decoraciones, parecía trasladarnos a la Edad Media, en tiempos de los cruzados, de cuando gente de toda Europa, con mucha fe y voluntad, pero pocos modales, ocuparon esta santa tierra.

El lugar del Primado Pedro, que se encuentra a unos quinientos metros del anterior, cerca del lago, se trata de toda una finca, provista de un pequeño bosque, y un suelo con césped, verde y fresco, que mucho habrá luchado con el calor y el bochorno del lugar. En este hermoso paraje, los peregrinos nos hemos acercado al mar de Galilea, para refrescar nuestros pies. Según nos ha comentado mosén Sàrries, el lago se encuentra en un nivel más bajo que el habitual.
Un tremendo ruido en el cielo ha estropeado la relativa calma del lugar. El destello sónico no ha sido provocado por las trompetas del Apocalipsis, la causa era un helicóptero militar que parecía dirigirse hacia el norte, supongo que para ver los descendientes de los fenicios, los libaneses.

Secados los pies y puestos los zapatos en su lugar de costumbre, hemos visitado Cafarnaum, pueblo que habitaron Jesús y Pedro Simón, el primero de los apóstoles, el mismo que pescaba peces provistos de fealdad y espinas, que al parecer, era hijo de este lugar. Cafarnaum es hoy un conjunto arqueológico del cual quedan unos restos de dibujan los trazos de las calles, presididas por la sinagoga, la misma que visitaba Jesús durante el Sábat. Muy cerca de allí se encuentran los restos de una calle que enlaza con la parte inferior del antiguo pueblo, lugar que en la actualidad alberga una iglesia católica, muy impresionante por su contemporaneidad.

Debajo del templo, que está fabricado por hormigón, hemos podido ver lo que queda de una iglesia paleocristiana, edificada sobre otros restos, correspondientes a una de las casas del antiguo pueblo. En esta sección del yacimiento, unos grafitos parecen indicar un culto al apóstol Pedro. Esta presencia de gravados parece empujar a los arqueólogos y teólogos a la opinión que estamos en la casa de Pedro, donde seguramente también vivió Jesús.


Este yacimiento parece constituir una de los restos que más se acerca a la vida del Salvador. Estas piedras, estos muros, aquellas calles mal empedradas son las mismas que tocó y pisó Jesús.
En las líneas precedentes he hablado del calor, más de cuarenta grados, que han resultado el origen de una experiencia totalmente salvaje para una gente del interior de Cataluña. Se ha dado el caso que unas peregrinas procedentes de la comarca de la Segarra, la zona más calurosa de nuestro obispado, han sufrido como los demás, el calor y el bochorno de Galilea.

No sé si ha sido por caridad cristiana o por lástima, que mosén Sàrries, al ver nuestro estado, nos ha invitado a tomar un refresco en la cerca ciudad judía de Tiberiades, que visitamos ayer.
Pero antes de llegar allí, hemos tenido que viajar 15 minutos dentro del autocar, pasando cerca del pueblo de Magdala, donde la tradición fija el nacimiento de María Magdalena.

Una vez hemos llegado a Tiberiades, pequeña ciudad situada cerca del lago o mar del mismo nombre, nos hemos desplazado al lugar del refresco, un bar pizzería.

Tiberiades es una ciudad occidental, situada entre la ladera de un monte y el agua del mar de agua dulce. Es el lugar ideal para que el bochorno capitalice el clima.

La pizzería, el lugar escogido, el más apropiado para la temperatura del día, era todo un nido de calor que ha perdido su epicentro cuando hemos tomado el refresco, recibido como un maná caído del cielo.

En cierto momento, un par de hebreos de mediana edad, con camisa blanca, pantalones negros, kipá en la cabeza y un revolver metido entre la espalda y los pantalones, han entrado en el local. Nos han mirado de arriba abajo, supongo que al comprobar que somos buena gente, y después de hablar con los amos del local, han salido dirección a la calle. Creo que ni en las películas del Far-West suceden cosas de este tipo.

Nuestros cuerpos se han rendido de cansancio al llegar al seminario. Vaya tute. Ahora, que ya he cenado, no me queda nada de fuerza, sólo un poco, la suficiente para escribir este diario.

La fresca noche galilea y las luces de la ciudad árabe –musulmana y cristiana- de Nazaret me acompañan y dan aliento. Mañana no dormiré aquí, visitaremos el lugar de la transfiguración, el monte Tabor, el Carmelo y Caesarea Marítima, la antigua capital romana de la zona.
Por la noche, nos esperará, ya en Judea, Jerusalén.

Buenas noches.
 
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