miércoles, 30 de diciembre de 2009

19-09-2009




Creo que el día de hoy ha sido clave por la importancia de las visitas. Durante la mañana hemos visitado el monte de los Olivos, y por la tarde nos hemos trasladado a Belén, para visitar la Basílica de la Natividad y el campo de los Pastores.

Empecemos:

El monte de los Olivos no parece lo que su nombre indica: solamente hay unos olivos, situados en alguno de los patios y jardines de las muchas viviendas de la zona. Los inmuebles y el monte se encuentran dentro de la zona árabe de Jerusalén, la que fue conquistada durante la Guerra de los Seis Días por el Ejército de Israel.

En el monte se pueden ver algunas iglesias y un gran cementerio judío, inmenso, que parece extenderse hasta el pie de la ladera, por donde pasa un torrente, justo delante de las murallas otomanas del Jerusalén terrenal.

La visita del monte de los Olivos ha empezado por uno de los lugares que tendrían que ser más sagrados e importantes para los cristianos, el de la ascensión, hoy convertido en una pequeña finca particular, propiedad de una familia árabe y musulmana, que en ciertas ocasiones abre como mezquita. El propietario, un árabe muy ingenioso, cuando ve acercarse turistas, abre las puertas del recinto. Una vez dentro, los visitantes, la mayoría peregrinos, ven un patio y un minarete, y en uno de los lados, una parada de souvenirs del amo del recinto.

Cerca del minarete, se levanta también un pequeño edificio circular y porticado, de la época de los cruzados, que en otros tiempos no disponía de techo alguno. Dentro, en el interior del círculo, en el suelo, se puede observar el recorte de una pequeña piedra plana que presenta cierto hundimiento en forma de pie. Según comenta la tradición, este leve agujero no es más que la solidificación de la última pisada de Jesucristo en la tierra antes de ascender a los cielos. Es el último impulso antes de subir hacia la eternidad.

No muy lejos de aquí, se encuentra el lugar de la oración del Padrenuestro. En esta ocasión, nos hemos encontrado con un recinto de culto y estancia de carmelitas. Al entrar, un patio muy apacible y tranquilo parece darnos la bienvenida. En sus muros se esbozan muchos mosaicos con los textos de Padresnuestros escritos en diferentes lenguas. Los murales no se corresponden a idiomas con normativa ortográfica, razón por la cual se podían ver oraciones escritas en valenciano, nizardo, mallorquín, bearnés o provenzal. Unos mosaicos que no plasma otras “lenguas”, con muchos más hablantes, como el chileno, el argentino, el andaluz o el boliviano. Estas lenguas, de países también católicos, merecen también ser representadas en el lugar.

Con tanta proliferación de “lenguas”, dos peregrinas aranesas han mostrado su preocupación por la no presencia de su lengua, co-oficial en Cataluña.

Los plafones de mosaico con las oraciones se disponen en una ruta, que empieza en una pequeña capilla en forma de cueva, donde mosén Sàrries nos ha obsequiado con un emocionado parlamento, encarado a la figura de los progenitores, nuestros padres.

Mosén Sàrries, que cada año se encarga de los peregrinajes de Urgel a Tierra Santa, es la clara representación de un religioso de nuestra tierra, cercano a la gente, respetado, paciente, tranquilo y muy pacífico. Sus movimientos y andar, su manera de ser, reflejan un gran amor hacia esta tierra: Galilea, Judea y Samaria, sea cual fuere la forma administrativa o estatal. Sus explicaciones y comentarios tanto implican detalles históricos de las guerras entre árabes y israelitas, como la mala suerte de los palestinos, sobretodo de los cristianos.


En el último tramo del recorrido por el recinto de la oración del Padrenuestro, hemos encontrado una pequeña tienda de souvenirs regentada por las carmelitas. Mientras estábamos pagando unos escapularios que hemos comprado, un hombre nos ha empezado a gritar en una lengua eslava, posiblemente en ruso, Sus voces y gritos nos han asustado mucho. En tiempos de Jesús, este señor hubiese sido un endemoniado, hoy un loco. Fuera, en la calle, el hombre parecía más tranquilo. Posiblemente estaba estresado por el calor, todo y el aspecto nuboso del día.

Saliendo de este lugar, hemos emprendido el camino hacia la parte más alta del monte, con la intención de llegar hasta el “Dominus Flevit”, el lugar donde el señor lloró. Hoy, el sitio es un bonito jardín, dentro del cual se encuentra una capilla muy bella, guardada también por los franciscanos, donde hemos rezado todos juntos.

Desde este bonito lugar, que se levanta delante de la Ciudad Terrenal, nos hemos desplazado hasta Getsemaní, el huerto de la agonía de Jesús. Este lugar, que nos ha parecido fascinante, también guardado por los franciscanos, siente como el silencio se rompe solo por los pasos de los peregrinos; y la solidez del oscuro color del ambiente, por los flashes de las máquinas fotográficas. Éste ha sido otro lugar ideal para rezar, y como no, para posar fotográficamente. A menudo me paro a pensar, como nos hemos vuelto de fetichistas con el tema de las imágenes: tantas fotos y filmaciones, como si la palabra ya no contase para nada.

Al lado de Getsemaní, que hoy es una bella basílica, se encuentra un huerto, o mejor dicho, un hermoso jardín, compuesto por unos cuantos olivos. Mosén Sàrries nos ha explicado que cierta gente comenta que algunos de estos árboles tienen, ni más ni menos, que 2.000 años. Uno de los curas del grupo me ha invitado a coger una de las muchas aceitunas que colgaban de los árboles, aún verdes. Cuando llegue a casa, probaré de sembrar la que he cogido.

De la basílica, que se encuentra en el fondo del valle, al pie del monte de los Olivos, cerca del torrente, hemos ido a la gruta del Prendimiento, lugar donde la tradición dice que se refugiaron ocho apóstoles, mientras Jesús estaba en Getsemaní con Jaime, Pedro y Juan. Es este el lugar de la traición de Judas, y como no, donde Pedro cortó la oreja del sirviente del Gran Sacerdote, uno de los que apresaron Jesucristo, de nombre Marcús.

La cueva o gruta del Prendimiento se encuentra a un tiro de piedra del huerto de la plegaria de Jesús con los tres apóstoles principales. Unas oraciones que Jesús realizó mientras sus tres acompañantes dormían. La gruta está al lado mismo de la iglesia del Sepulcro de María, según marca la tradición de Jerusalén. El templo, de rito ortodoxo, empieza con unas anchas escalinatas que parecen descender al fondo de la tierra. Debajo, aparece la tumba, hoy convertida en una pequeña capilla.

Por la tarde, después de comer en el hotel, nos hemos dirigido hasta Belén otra vez, pero ahora para contemplar el lugar, donde según la tradición nació el Mesías.

Pasar al otro lado del muro de protección israelí es toda una epopeya, y todavía más un viernes de ramadán: taxis, autobuses y vehículos particulares, que se esperan vacíos a un lado, el palestino, mientras los fieles musulmanes retornan de Jerusalén, donde han orado durante la mañana en las mezquitas situadas en el monte del Templo. Los autobuses israelitas destinados a los musulmanes dejan sus pasajeros a la puerta del muro, allí se apean, pasan los controles y entran andando a la zona de administración de la Autoridad Nacional de Palestina, donde los esperan los vehículos mencionados, con los que continuaran el trayecto hasta sus hogares.


Nos ha costado mucho llegar hasta nuestro destino, la basílica de la Natividad. Los religiosos ortodoxos que se cuidan del lugar, no tienen ningún problema en hacer entrar la policía palestina dentro del templo. No lo he encontrado nada apropiado. Tampoco me ha gustado el trato que daban a los peregrinos, como si se tratase de ganado. Hemos tenido que esperarnos en el interior de la iglesia cerca de una hora para poder entrar en la cueva o capilla de la Natividad.

La aglomeración de peregrinos parecía una cola de esas que se forman delante de las oficinas de Hacienda o de Inmigración. El calor insoportable se ha acrecentado cuando unos monjes han cerrado el acceso a la cueva porque tenían que celebrar un extraño oficio. Al entrar, un guía local, muy estresado, ha empezado a darnos prisas, incluso faltando el respeto de la gente y de los curas que nos acompañan. No sé, pero sería cuestión que los responsables de estos lugares dejasen de ver a los peregrinos como si fuesen simples turistas y de observar estos sitios sagrados como fábricas de dinero.

Apenas hemos tenido tiempo de rezar dentro de la cueva, la culpa ha sido de las ganas de ganar más dinero de los responsables del templo. Esto nos ha pasado a los católicos, la carne de cañón turística, porque los greco-ortodoxos, amos y señores del lugar, tienen todo el tiempo que quieren para rezar y orar dentro del templo, sin tener que sufrir largas colas y los gritos impertinentes de los responsables. Gracias a Dios, a tocar de esta iglesia, se levanta otra de católico, con la que se comunica a través de un muro lateral. En la iglesia católica la gente ora, en la ortodoxa solo pueden rezar los miembros de esta confesión, el resto tienen que participar forzadamente en un tipo de parque temático que se ha montado, como un Disneyworld para cristianos.

Con esta situación tan patética, Belén despierta cierta tristeza. El sonido de los minaretes de las mezquitas, construidas por los musulmanes al otro lado de la plaza de entrada a la basílica, ha servido de cierre a esta visita.

El campo de los Pastores ha sido el próximo destino de la ruta. Este ha sido también el lugar escogido para celebrar la eucaristía. Ha resultado chocante que entre los cantos había unos cuantos villancicos, un poco fuera de tiempo, estamos en el mes de septiembre, pero bueno, su melodía dulce e infantil alegra siempre los oídos. Pero ya se sabe, si los anuncios navideños de la tele empiezan cada vez más pronto, también lo podrían hacer las celebraciones religiosas.

A la salida, incluso hemos comido turrón. Nunca me hubiese imaginado celebrar las Navidades en Septiembre.

Bromas aparte, lo importante ha estado la simbología del acto, en un lugar apartado del Belén, en las afueras, en la montaña.

Buenas noches desde Jerusalén.

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