miércoles, 30 de diciembre de 2009

19-09-2009




Creo que el día de hoy ha sido clave por la importancia de las visitas. Durante la mañana hemos visitado el monte de los Olivos, y por la tarde nos hemos trasladado a Belén, para visitar la Basílica de la Natividad y el campo de los Pastores.

Empecemos:

El monte de los Olivos no parece lo que su nombre indica: solamente hay unos olivos, situados en alguno de los patios y jardines de las muchas viviendas de la zona. Los inmuebles y el monte se encuentran dentro de la zona árabe de Jerusalén, la que fue conquistada durante la Guerra de los Seis Días por el Ejército de Israel.

En el monte se pueden ver algunas iglesias y un gran cementerio judío, inmenso, que parece extenderse hasta el pie de la ladera, por donde pasa un torrente, justo delante de las murallas otomanas del Jerusalén terrenal.

La visita del monte de los Olivos ha empezado por uno de los lugares que tendrían que ser más sagrados e importantes para los cristianos, el de la ascensión, hoy convertido en una pequeña finca particular, propiedad de una familia árabe y musulmana, que en ciertas ocasiones abre como mezquita. El propietario, un árabe muy ingenioso, cuando ve acercarse turistas, abre las puertas del recinto. Una vez dentro, los visitantes, la mayoría peregrinos, ven un patio y un minarete, y en uno de los lados, una parada de souvenirs del amo del recinto.

Cerca del minarete, se levanta también un pequeño edificio circular y porticado, de la época de los cruzados, que en otros tiempos no disponía de techo alguno. Dentro, en el interior del círculo, en el suelo, se puede observar el recorte de una pequeña piedra plana que presenta cierto hundimiento en forma de pie. Según comenta la tradición, este leve agujero no es más que la solidificación de la última pisada de Jesucristo en la tierra antes de ascender a los cielos. Es el último impulso antes de subir hacia la eternidad.

No muy lejos de aquí, se encuentra el lugar de la oración del Padrenuestro. En esta ocasión, nos hemos encontrado con un recinto de culto y estancia de carmelitas. Al entrar, un patio muy apacible y tranquilo parece darnos la bienvenida. En sus muros se esbozan muchos mosaicos con los textos de Padresnuestros escritos en diferentes lenguas. Los murales no se corresponden a idiomas con normativa ortográfica, razón por la cual se podían ver oraciones escritas en valenciano, nizardo, mallorquín, bearnés o provenzal. Unos mosaicos que no plasma otras “lenguas”, con muchos más hablantes, como el chileno, el argentino, el andaluz o el boliviano. Estas lenguas, de países también católicos, merecen también ser representadas en el lugar.

Con tanta proliferación de “lenguas”, dos peregrinas aranesas han mostrado su preocupación por la no presencia de su lengua, co-oficial en Cataluña.

Los plafones de mosaico con las oraciones se disponen en una ruta, que empieza en una pequeña capilla en forma de cueva, donde mosén Sàrries nos ha obsequiado con un emocionado parlamento, encarado a la figura de los progenitores, nuestros padres.

Mosén Sàrries, que cada año se encarga de los peregrinajes de Urgel a Tierra Santa, es la clara representación de un religioso de nuestra tierra, cercano a la gente, respetado, paciente, tranquilo y muy pacífico. Sus movimientos y andar, su manera de ser, reflejan un gran amor hacia esta tierra: Galilea, Judea y Samaria, sea cual fuere la forma administrativa o estatal. Sus explicaciones y comentarios tanto implican detalles históricos de las guerras entre árabes y israelitas, como la mala suerte de los palestinos, sobretodo de los cristianos.


En el último tramo del recorrido por el recinto de la oración del Padrenuestro, hemos encontrado una pequeña tienda de souvenirs regentada por las carmelitas. Mientras estábamos pagando unos escapularios que hemos comprado, un hombre nos ha empezado a gritar en una lengua eslava, posiblemente en ruso, Sus voces y gritos nos han asustado mucho. En tiempos de Jesús, este señor hubiese sido un endemoniado, hoy un loco. Fuera, en la calle, el hombre parecía más tranquilo. Posiblemente estaba estresado por el calor, todo y el aspecto nuboso del día.

Saliendo de este lugar, hemos emprendido el camino hacia la parte más alta del monte, con la intención de llegar hasta el “Dominus Flevit”, el lugar donde el señor lloró. Hoy, el sitio es un bonito jardín, dentro del cual se encuentra una capilla muy bella, guardada también por los franciscanos, donde hemos rezado todos juntos.

Desde este bonito lugar, que se levanta delante de la Ciudad Terrenal, nos hemos desplazado hasta Getsemaní, el huerto de la agonía de Jesús. Este lugar, que nos ha parecido fascinante, también guardado por los franciscanos, siente como el silencio se rompe solo por los pasos de los peregrinos; y la solidez del oscuro color del ambiente, por los flashes de las máquinas fotográficas. Éste ha sido otro lugar ideal para rezar, y como no, para posar fotográficamente. A menudo me paro a pensar, como nos hemos vuelto de fetichistas con el tema de las imágenes: tantas fotos y filmaciones, como si la palabra ya no contase para nada.

Al lado de Getsemaní, que hoy es una bella basílica, se encuentra un huerto, o mejor dicho, un hermoso jardín, compuesto por unos cuantos olivos. Mosén Sàrries nos ha explicado que cierta gente comenta que algunos de estos árboles tienen, ni más ni menos, que 2.000 años. Uno de los curas del grupo me ha invitado a coger una de las muchas aceitunas que colgaban de los árboles, aún verdes. Cuando llegue a casa, probaré de sembrar la que he cogido.

De la basílica, que se encuentra en el fondo del valle, al pie del monte de los Olivos, cerca del torrente, hemos ido a la gruta del Prendimiento, lugar donde la tradición dice que se refugiaron ocho apóstoles, mientras Jesús estaba en Getsemaní con Jaime, Pedro y Juan. Es este el lugar de la traición de Judas, y como no, donde Pedro cortó la oreja del sirviente del Gran Sacerdote, uno de los que apresaron Jesucristo, de nombre Marcús.

La cueva o gruta del Prendimiento se encuentra a un tiro de piedra del huerto de la plegaria de Jesús con los tres apóstoles principales. Unas oraciones que Jesús realizó mientras sus tres acompañantes dormían. La gruta está al lado mismo de la iglesia del Sepulcro de María, según marca la tradición de Jerusalén. El templo, de rito ortodoxo, empieza con unas anchas escalinatas que parecen descender al fondo de la tierra. Debajo, aparece la tumba, hoy convertida en una pequeña capilla.

Por la tarde, después de comer en el hotel, nos hemos dirigido hasta Belén otra vez, pero ahora para contemplar el lugar, donde según la tradición nació el Mesías.

Pasar al otro lado del muro de protección israelí es toda una epopeya, y todavía más un viernes de ramadán: taxis, autobuses y vehículos particulares, que se esperan vacíos a un lado, el palestino, mientras los fieles musulmanes retornan de Jerusalén, donde han orado durante la mañana en las mezquitas situadas en el monte del Templo. Los autobuses israelitas destinados a los musulmanes dejan sus pasajeros a la puerta del muro, allí se apean, pasan los controles y entran andando a la zona de administración de la Autoridad Nacional de Palestina, donde los esperan los vehículos mencionados, con los que continuaran el trayecto hasta sus hogares.


Nos ha costado mucho llegar hasta nuestro destino, la basílica de la Natividad. Los religiosos ortodoxos que se cuidan del lugar, no tienen ningún problema en hacer entrar la policía palestina dentro del templo. No lo he encontrado nada apropiado. Tampoco me ha gustado el trato que daban a los peregrinos, como si se tratase de ganado. Hemos tenido que esperarnos en el interior de la iglesia cerca de una hora para poder entrar en la cueva o capilla de la Natividad.

La aglomeración de peregrinos parecía una cola de esas que se forman delante de las oficinas de Hacienda o de Inmigración. El calor insoportable se ha acrecentado cuando unos monjes han cerrado el acceso a la cueva porque tenían que celebrar un extraño oficio. Al entrar, un guía local, muy estresado, ha empezado a darnos prisas, incluso faltando el respeto de la gente y de los curas que nos acompañan. No sé, pero sería cuestión que los responsables de estos lugares dejasen de ver a los peregrinos como si fuesen simples turistas y de observar estos sitios sagrados como fábricas de dinero.

Apenas hemos tenido tiempo de rezar dentro de la cueva, la culpa ha sido de las ganas de ganar más dinero de los responsables del templo. Esto nos ha pasado a los católicos, la carne de cañón turística, porque los greco-ortodoxos, amos y señores del lugar, tienen todo el tiempo que quieren para rezar y orar dentro del templo, sin tener que sufrir largas colas y los gritos impertinentes de los responsables. Gracias a Dios, a tocar de esta iglesia, se levanta otra de católico, con la que se comunica a través de un muro lateral. En la iglesia católica la gente ora, en la ortodoxa solo pueden rezar los miembros de esta confesión, el resto tienen que participar forzadamente en un tipo de parque temático que se ha montado, como un Disneyworld para cristianos.

Con esta situación tan patética, Belén despierta cierta tristeza. El sonido de los minaretes de las mezquitas, construidas por los musulmanes al otro lado de la plaza de entrada a la basílica, ha servido de cierre a esta visita.

El campo de los Pastores ha sido el próximo destino de la ruta. Este ha sido también el lugar escogido para celebrar la eucaristía. Ha resultado chocante que entre los cantos había unos cuantos villancicos, un poco fuera de tiempo, estamos en el mes de septiembre, pero bueno, su melodía dulce e infantil alegra siempre los oídos. Pero ya se sabe, si los anuncios navideños de la tele empiezan cada vez más pronto, también lo podrían hacer las celebraciones religiosas.

A la salida, incluso hemos comido turrón. Nunca me hubiese imaginado celebrar las Navidades en Septiembre.

Bromas aparte, lo importante ha estado la simbología del acto, en un lugar apartado del Belén, en las afueras, en la montaña.

Buenas noches desde Jerusalén.

sábado, 12 de diciembre de 2009

18-09-2008

En estos precisos instantes, faltando poco para que llegue la medianoche y el día cambie de fecha, me encuentro escribiendo esta nota desde mi habitación del Hotel Knights de Jerusalén, que se encuentra ubicado en una de las alas del palacio del patriarcado latino, situado en el barrio cristiano de la Ciudad Santa, a pocos metros de la muralla de época otomana que la rodea.

Aunque mis fuerzas mengüen y me encuentre en un punto cercano al desfallecimiento por somnolencia, os tengo que relatar de manera digesta el itinerario del peregrinaje del día de hoy, que nos ha conducido de Galilea a Judea.

De buena mañana hemos salido con el autocar de Nazaret. A los pocos kilómetros de recorrido hemos bajado hacia la depresión conocida como el valle de Ezrael, una ancha planicie que se extiende más allá del sur de las montañas de la Baja Galilea. El primer destino ha sido el monte Tabor, el cual se nos ha presentado muy madrugador, en uno de los lados de la depresión.

Mosén Sàrries nos ha comentado que el monte Tabor tiene la misma silueta que el dibujo de una montaña por parte de un escolar de maternal, y la verdad sea dicha, no se ha equivocado en nada.

Situados a los pies del gigante Tabor, el bus se ha parado en un apeadero, dónde hemos tenido que tomar unos taxis que nos han conducido hacia la cima. El apeadero tiene los elementos típicos de los lugares destinados al mercado turístico: el tenderete de recuerdos, el pequeño bar y unos retretes.

Más que taxis, se trata de unas furgonetas, similares al servicio que se presta en lugares cercanos a mi tierra, como el Parque Nacional de Aigüestortes. En un caso y en el otro, estamos delante de la presencia de un monopolio creado sobre una necesidad.

La carretera del monte Tabor, por cierto, muy estrecha, antes de llegar a la cumbre, serpentea por la ladera, tomando grandes pendientes y avistando un amplio y inmenso paisaje.

El monte Tabor es el lugar de la transfiguración, guardado también por franciscanos, dónde Jesús habló con Moisés y Isaías, en presencia de los apóstoles Pedro, Jaime y Juan.

La misa diaria ha sido oficiada por uno de los curas que acompaña el grupo, se trata del padre Elio, el cual nos ha hecho vibrar con una homilía que relacionaba el sentido de la montaña, Tabor, con el de pueblo y el mensaje de Dios.

La iglesia del monte Tabor, se conoce como la de la Transfiguración, es de planta moderna, del siglo XIX, construida encima de un templo anterior, de época bizantina, como no podía ser de otra manera.

Después de la misa y de disfrutar de los paisajes que ofrece el lugar, hemos tomado el camino de retorno a la planicie, para desplazarnos a un tell, el del Muggarit, el Agamenón del Apocalipsis.

Situado a unos kilómetros del Tabor, Muggarit es un tell de cimientos cananeos, que está construido en 20 estratos diferentes, el último de los cuales se corresponde a la época del rey Salomón, el mismo que construyó el primer templo de Jerusalén.
La aridez de este lugar, que contrasta con el verde de los cultivos próximos, y el bochorno, parecen dar un aspecto místico y tenebroso a este tell, antigua fortificación real.

Por unos instantes me he imaginado la última gran batalla que se librará entre las fuerzas del bien y del mal, cuando llegue el fin de los tiempos.

En la cima del tell, un gran orificio marca la entrada de un pozo que conecta la ciudadela con el mundo exterior a través de una galería. Este antiguo túnel ha sido nuestra vía armoniosa de escape de este seco paraje, inhóspito y de alto contenido escatológico. Cuando lo atravesábamos, con miedo de no resbalar con los húmedos peldaños, uno de los peregrinos ha comentado que estábamos bajando a los mismos infiernos. Suerte que sabíamos que había una salida, no me imaginaba en ningún momento formar parte de una escena escatológica del fin de los tiempos.

El túnel, que traviesa la ciudadela y las murallas por el suelo, forma parte del antiguo sistema de abastecimiento de agua, por cierto muy ingenioso y práctico. El agua proviene aún de una fuente enterrada se dirige hasta el fondo del pozo, en el interior de la ciudadela. En época antigua, el túnel estaba siempre inundado de agua y los enemigos, que sitiaban Muggarit desconocían su existencia.

Quien sí ha visto el fin del mundo ha sido una de las componentes femeninas del grupo, que por lo visto, se ha perdido en una de las típicas tiendas de recuerdos situadas en la entrada del tell. La señora ha vivido unos momentos angustiosos, pues se creía que la habíamos abandonado. La pobre mujer, que sólo habla castellano, no podía comunicarse con nadie. Tampoco disponía de ningún número de teléfono de los miembros del grupo, pero si de una amiga de Andorra, a la cual ha llamado, informándola de la situación. Al cabo de un instante esta amiga se ha comunicado telefónicamente con uno de los religiosos del grupo. Tecnología.

Dejando el fin del mundo y la destrucción del tell, hemos tomado de nuevo el autocar, para visitar otro monte, el Carmelo, el de verdad, y no el agujereado barrio de Barcelona.

En este diario me hubiese gustado glosar el dietario del poeta catalán mosén Cinto Verdaguer, con sus mismas palabras y descripciones, pero lo siento: no poseo su arte fino y su aserenada escritura.

Pero seguro que de vivir hoy, el Carmelo no hubiese inspirado nada al cura catalán, pues se ha convertido en un barrio de portuaria ciudad de Haifa. La iglesia del Carmen ya no es un lugar de retiro y de meditación, en la actualidad se asemeja más a la parroquia de una ciudad industrial, como esas que se encuentran en el extrarradio de Barcelona.

Aunque los exteriores no eran muy evocadores, en el Carmen se come muy bien. Los carmelitanos y las carmelitanas del lugar nos han repartido un buen manjar: un plato de sopa de primero –a pesar del calor siempre va bien- i una extensa ración de pechuga de pavo de segundo.

El templo, que es de inspiración neoclásica, se construyó a mediados del siglo XX. Su interior consta de un altar elevado, donde se encuentra una imagen de la Virgen del Carmen, y otra de más hundido, donde se venera una imagen del profeta Elías.

Del Carmelo urbanizado hemos tomado con el autocar una ruta que nos ha conducido hacia el sur, siguiendo la costa y pasando por Cesárea Marítima, la capital de la Palestina romana, el lugar donde Poncio Pilato tenía su palacio. Esta ciudad fue construida por orden de Herodes el infanticida. En su interior fue detenido San Pablo, y sus murallas fueron destruidas por los persas y recompuestas por los cruzados del rey San Luís, el de Francia.

El calor y el bochorno nos han ablandado el cuerpo y la circulación sanguínea. Durante todo el día he andado con los pies hinchados, pero por la tarde la cosa ha empeorado.

De la ciudad me gustaría destacar un monumento, el restaurado y reconstruido teatro. Mosén Sàrries nos ha explicado cuales eran los principales elementos y partes del lugar, y también nos ha señalado el lugar donde murió Herodes, el infanticida: se trata del palco, hoy convertido en un espacio ocupado por los técnicos de sonido de los diferentes espectáculos que se organizan en el teatro.


Después de la parada en Cesárea hemos tomado el camino hacia Jerusalén, el cual nos ha conducido desde el mar hasta la montaña, a través de un paseo agradable y aplacible. A medida que nos hemos acercado a la ciudad santa, el tráfico ha ido aumentando. La carretera parece trepar por la montaña, hasta que de pronto, ya en la cima, divisamos los barrios periféricos de la capital de Judá. Estos parecen situarse en lo alto, como si fuesen atalayas, centinelas expectantes de los enemigos. De hecho, estos conglomerados urbanos no son más que vecindarios que albergan a millares de judíos que han regresado aquí, desde todos los puntos cardinales del planeta. Su misión no es otra que la de judaizar más esta región, próxima a la zona de administración árabe. Los barrios y asentamientos conforman un núcleo urbano inmenso, que parece cabalgar encima de las sierras y de las montañas, penetrando en el territorio ganado durante la Guerra de los Seis Días.

Los prototipos de hebreos parecen repetirse en todos lados. Esta visión me ha recordado el comentario de un judío, que de visita a nuestra región, me dijo que dónde se viesen dos judíos, siempre se encontrarían dos sinagogas.

Me ha gustado contemplar la visión de los hebreos ultra ortodoxos, sus movimientos infantiles, con sus largas barbas y patillas en forma de tirabuzones. Muchos llevan unos largos abrigos negros que les llegan a las rodillas, heredados de la larga diáspora centroeuropea. La calor imperante parece no ser un escullo en el porte de esta ropa. Llevan trajes de corte clásico, oscuros, con unas hilaturas que bajan por debajo de las americanas. Su cabeza, muchas veces, aparece cubierta por un ancho sombrero, también oscuro, o en caso contrario, nos sorprende con una kipá. Otros individuos, que parecen llevar el mismo atuendo de moda, coronan su cabeza con un sombrero de cierta inspiración eslava, parecido a los de Rusia. Por lo menos, la forma lo parece. También se parece a la de un rosco de reyes.

Jerusalén es una ciudad oriental, o igual es mediterránea, o quién sabe, podría ser también europea ¿Y ella misma? Eso. Jerusalén es ella, la ciudad de las tres religiones monoteístas.

Finalmente hemos llegado al hotel, fugazmente, pues sólo hemos tenido tiempo de depositar las maletas en las alcobas. El anochecer nos ha anunciado la hora de cenar.

Después de la comida nocturna, el grupo se ha dirigido en autocar hasta Belén, para visitar una cooperativa de artesanos cristianos que se dedican a la venda de recuerdos, la mayoría de madera de olivo.
Belén es hoy un suburbio de Jerusalén. Situada a pocos kilómetros al sur de la ciudad santa, es necesario para visitarla, penetrar el muro de seguridad israelí, el cual se levanta, delante de nuestros ojos, en la mitad de la carretera.

Este obstáculo ha provocado la creación de un nuevo itinerario que se abre paso al lado de una garita de vigilancia, lugar donde se puede ver un letrero trilingüe y en tres alfabetos. El panel nos informa de la obligatoriedad de llevar el pasaporte y de la prohibición de los israelitas en adentrarse en esta zona. Después de la garita, la carretera vira hacia la derecha, travesando el muro, protegido por otra garita más, que resguarda el puesto del control de pasaportes. Impresionante. La policía militarizada que no ha dejado de vigilar el autobús, nos ha dado permiso para poder pasar hacia Belén.

Belén no parece una ciudad fea, parece más bonita que Nazaret, por ejemplo, las calles no son tan empinadas. Esta es mi primera impresión de esta otra ciudad santa. En este caso, para los cristianos.
La cooperativa cristiana, que se sitúa en la calle principal, es una nave industrial repleta de cruces, pesebres, rosarios, imaginería de todo tipo, y otros objetos destinados a la venta, a los turistas y a los peregrinos.

Una señora que hablaba español, y que parecía ser la responsable de la cooperativa, se ha dado cuenta de mi interés en unas piezas de iconografía religiosa oriental. Un interés no orientado a su compra, pues mis bolsillos no están para tanto gasto. Entrando en conversación, la señora me ha enseñado una colección iconográfica situada en un lugar más apartado que el resto de piezas de la cooperativa. Yo ya le he comentado que no tengo dinero, y tampoco ganas de comprar una. En este lugar, la mujer ha aprovechado para preguntarme de dónde éramos. Esto ha significado explicarle que del obispado de San Ermengol, de Cataluña y de Andorra.

Bueno, ya para terminar, y con la compra de objetos religiosos en territorio controlado por la Autoridad Nacional Palestina, me despido de todos vosotros.

Antes de dormir, saco la cabeza por la ventana. Qué belleza.

Buenas noches.

martes, 30 de junio de 2009

17-09-2008





Hemos empezado la jornada de hoy, un miércoles, muy temprano, aún no había amanecido. A las ocho nos encontrábamos sentados dentro del autocar, que en menos de dos horas nos ha conducido hacia el norte de Israel, pasando la mayor parte del tiempo por aldeas y tierras judías, características por las casas bien alineadas, las granjas y los campos cultivados.

La zona norte de Israel tiene una capital propia, se trata de la nueva ciudad de Kiryat Shmona, situada muy cerca de las posiciones de las milicias libanesas de Hezbolá, que con el apoyo de Siria y del Iran, se han comprometido a expulsar a todos los judíos de estas tierras, que consideran suyas. Muchos de los militantes de este grupo son descendientes de árabes fugitivos o expulsados de Israel el 1948, y unos años más tarde, de Jordania. La frontera con el Líbano ha aparecido de golpe, sin darnos cuenta, instantes después de salir de la capital regional dirección Banias. Una alambrada recorre todo el trayecto, subiendo y bajando por las carenas y laderas, siguiendo la línea divisoria.

En todos los desplazamientos que hemos realizado hasta ahora, nos ha resultado fácil encontrar militares en muchos cruces, parados y haciendo la señas de auto-stop, que por lo que me han comentado, es toda una tradición en Israel. Sí, lo que leéis, toda una tradición. En nuestro país, en Cataluña, la gente no es de apearse en estos lugares, no contamos con la suficiente confianza, pero en Samaria es costumbre: “cualquier niño que lleve un Galil y que hace auto-stop podría ser nuestro hijo”, piensan muchos judíos. Y tienen mucha razón. Los israelitas ingresan a filas a los 18 años. El servicio militar obligatorio dura tres años y tienen que ir hombres y mujeres. Transcurrido este tiempo, los soldados pasan a formar parte de la reserva activa y cada año tienen que regresar al cuartel un mes. Esto dura hasta que el militar ha cumplido los 40 años, momento en que se pasa a una segunda reserva en la cual se realizan unas clases de reciclaje, una vez al año.

Banias está situado en un lugar idílico, rodeado de ruinas griegas y romanas, dónde nace uno de los brazos del Jordán. Este ha sido el sitio en qué todos los peregrinos han recogido el agua de las fuentes que surgen en la parte inferior de un templo griego, situado bajo una peña, y dedicado a Ban. Con esta agua, los peregrinos bautizaran a nietos y amigos, una vez regresen a casa.

Columnas, capiteles, piedras taladas y algunas inscripciones en griego constituyen la totalidad de los restos. A escasos metros de la inmensa roca de la montaña, en el llano, unas excavaciones empiezan a mostrar lo que queda de la antigua capital romana de la zona: Caesarea.


El mapa me indica que nos encontramos muy cerca de Damasco, y como no, a muy pocos metros del Líbano. Sin ir más lejos, la carretera que hemos tomado hoy, parece bordear el límite con los vecinos norteños durante muchos kilómetros. Muy pronto nos hemos alejado de esta zona y hemos regresado hacia al sur.

Hemos almorzado lejos de Banias, en la montaña de las Venturanzas, que según mosén Sàrries, es uno de los lugares más importantes de la cristiandad, puesto que este sitio significa la renovación de la Ley, en este caso, a través de la palabra de Jesús. Puede que no se trate del lugar real, pero su simbolismo nos indica la importancia que tiene para los fieles. El lugar evangélico está constituido por unos hermosos y lindos jardines que parecen descender hasta el cercano y vecino mar de Galilea o lago Tiberiades. Una iglesia, que preside el lugar, parece de nueva creación. Una comunidad de religiosas italianas tiene cura de este bello rincón de la creación.

Unos ventanales dejan pasar la luz al interior del templo, desde el cual se puede contemplar una idílica vista del mar de Galilea. Flotando, y surcando su superficie, a lo lejos, ha aparecido un barco, seguramente dedicado a la pesca o al transporte de turistas, de una orilla a otra del gran lago o mar de agua dulce., como prefiera el lector.

Teniendo en cuenta que somos de tierra firme, de zonas de interior y alejadas del mar, un grupo de peregrinos nos hemos quedado embobados con la visión de la pequeña embarcación pesquera o de recreo.
-¡Mirad! ¡Un barco!

-¡Qué bonito!

La presencia del barco y nuestros comentarios han roto la paz silenciosa que se respira en el lugar. Unas de las religiosas italianas nos han llamado la atención, puesto que hemos interrumpido los rezos de los fieles. Esto nos pasa por vivir en un lugar alejado del mar.


El almuerzo ha consistido de dos platos, el primero de pasta –será por lo de las monjas italianas-, y el segundo de pescado, concretamente del que se pesca en el lugar, denominado de San Pedro. El pez, de la familia de los barbos, y parecido a una dorada, tenía un aspecto muy feo. Su fealdad no es de enfermedad, es genética. El susodicho San Pedro es un pescado repleto de espinas y con una cara horrenda, que parece decir:

“Cómeme todo, aunque sea feo.”

He preferido no probarlo y comerme un plato alternativo, una porción de pechuguita de pavo. Imaginaos si era grande. Dejemos la ironía, los comensales peregrinos han mostrado disparidad de gustos sobre el pescado santo pescado en el lago. Parece que estamos demasiado acostumbrados a la abundancia de víveres y a comer demasiado bien. No nos ha venido nada mal la escasez alimentaria del almuerzo, así deberían comer Jesús y los Apóstoles.

La visita de la tarde se ha centrado en los lugares cercanos a la montaña, al lado del lago, primero Tagba, donde Jesús multiplicó los panes y los peces, y después al lugar del Primado de Pedro.

Tagba, que parece ser también un lugar simbólico, está ocupado hoy por un monasterio benedictino de monjes alemanes. Los religiosos germánicos se instalaron en Galilea antes de la Segunda Guerra Mundial. La iglesia, austera, consta de tres naves, y esconde en su planta los restos de un antiguo templo de estilo bizantino, como no podía ser de otra manera.

Por un momento, me he imaginado toparme con un caballero teutónico en alguno de los rincones de la iglesia, pero vaya, no fantaseemos con las altas y tórridas temperaturas de la región.

A pesar de los cuarenta grados de temperatura, la visita ha sido muy agradable, la sobriedad del templo, prácticamente desprovisto de figuras y decoraciones, parecía trasladarnos a la Edad Media, en tiempos de los cruzados, de cuando gente de toda Europa, con mucha fe y voluntad, pero pocos modales, ocuparon esta santa tierra.

El lugar del Primado Pedro, que se encuentra a unos quinientos metros del anterior, cerca del lago, se trata de toda una finca, provista de un pequeño bosque, y un suelo con césped, verde y fresco, que mucho habrá luchado con el calor y el bochorno del lugar. En este hermoso paraje, los peregrinos nos hemos acercado al mar de Galilea, para refrescar nuestros pies. Según nos ha comentado mosén Sàrries, el lago se encuentra en un nivel más bajo que el habitual.
Un tremendo ruido en el cielo ha estropeado la relativa calma del lugar. El destello sónico no ha sido provocado por las trompetas del Apocalipsis, la causa era un helicóptero militar que parecía dirigirse hacia el norte, supongo que para ver los descendientes de los fenicios, los libaneses.

Secados los pies y puestos los zapatos en su lugar de costumbre, hemos visitado Cafarnaum, pueblo que habitaron Jesús y Pedro Simón, el primero de los apóstoles, el mismo que pescaba peces provistos de fealdad y espinas, que al parecer, era hijo de este lugar. Cafarnaum es hoy un conjunto arqueológico del cual quedan unos restos de dibujan los trazos de las calles, presididas por la sinagoga, la misma que visitaba Jesús durante el Sábat. Muy cerca de allí se encuentran los restos de una calle que enlaza con la parte inferior del antiguo pueblo, lugar que en la actualidad alberga una iglesia católica, muy impresionante por su contemporaneidad.

Debajo del templo, que está fabricado por hormigón, hemos podido ver lo que queda de una iglesia paleocristiana, edificada sobre otros restos, correspondientes a una de las casas del antiguo pueblo. En esta sección del yacimiento, unos grafitos parecen indicar un culto al apóstol Pedro. Esta presencia de gravados parece empujar a los arqueólogos y teólogos a la opinión que estamos en la casa de Pedro, donde seguramente también vivió Jesús.


Este yacimiento parece constituir una de los restos que más se acerca a la vida del Salvador. Estas piedras, estos muros, aquellas calles mal empedradas son las mismas que tocó y pisó Jesús.
En las líneas precedentes he hablado del calor, más de cuarenta grados, que han resultado el origen de una experiencia totalmente salvaje para una gente del interior de Cataluña. Se ha dado el caso que unas peregrinas procedentes de la comarca de la Segarra, la zona más calurosa de nuestro obispado, han sufrido como los demás, el calor y el bochorno de Galilea.

No sé si ha sido por caridad cristiana o por lástima, que mosén Sàrries, al ver nuestro estado, nos ha invitado a tomar un refresco en la cerca ciudad judía de Tiberiades, que visitamos ayer.
Pero antes de llegar allí, hemos tenido que viajar 15 minutos dentro del autocar, pasando cerca del pueblo de Magdala, donde la tradición fija el nacimiento de María Magdalena.

Una vez hemos llegado a Tiberiades, pequeña ciudad situada cerca del lago o mar del mismo nombre, nos hemos desplazado al lugar del refresco, un bar pizzería.

Tiberiades es una ciudad occidental, situada entre la ladera de un monte y el agua del mar de agua dulce. Es el lugar ideal para que el bochorno capitalice el clima.

La pizzería, el lugar escogido, el más apropiado para la temperatura del día, era todo un nido de calor que ha perdido su epicentro cuando hemos tomado el refresco, recibido como un maná caído del cielo.

En cierto momento, un par de hebreos de mediana edad, con camisa blanca, pantalones negros, kipá en la cabeza y un revolver metido entre la espalda y los pantalones, han entrado en el local. Nos han mirado de arriba abajo, supongo que al comprobar que somos buena gente, y después de hablar con los amos del local, han salido dirección a la calle. Creo que ni en las películas del Far-West suceden cosas de este tipo.

Nuestros cuerpos se han rendido de cansancio al llegar al seminario. Vaya tute. Ahora, que ya he cenado, no me queda nada de fuerza, sólo un poco, la suficiente para escribir este diario.

La fresca noche galilea y las luces de la ciudad árabe –musulmana y cristiana- de Nazaret me acompañan y dan aliento. Mañana no dormiré aquí, visitaremos el lugar de la transfiguración, el monte Tabor, el Carmelo y Caesarea Marítima, la antigua capital romana de la zona.
Por la noche, nos esperará, ya en Judea, Jerusalén.

Buenas noches.

jueves, 19 de marzo de 2009

16-09-2008


Hoy es martes, el segundo día del peregrinaje. El canto a la oración de los sarracenos ha sido el motivo de mi pronto despertar a las cinco de la madrugada, una hora antes que sonase mi despertador. Los minaretes han comenzado a emitir unos estremecedores sonidos megafónicos totalmente inteligibles para nosotros, pero con mucho significado para los seguidores de Mahoma.

De buena mañana, nos hemos desplazado hacia el centro de Nazaret, la basílica de la Anunciación nos esperaba con su inmensa cúpula. La iglesia, situada dentro de un recinto que la custodia franciscana compró en el siglo XIX, alberga en su interior muchos vestigios arqueológicos que nos invitan a pensar que en este mismo sitio vivió la Virgen María.

Antes de entrar en el recinto reservado al culto, hemos tenido que pasar por un patio con porticado que rodea la mitad del perímetro del templo. Debajo de los soportales, pegados a un muro, se encuentran unos retablos en mosaico, de obra contemporánea y de diferentes estilos, que representan algunas de las vocaciones marianas más importantes del planeta, una de las cuales, obrada por el artista andorrano Sergi Mas, representa a la virgen de Meritxell, patrona de los Valles de Andorra.

Debajo de cada retablo, un letrero indica el país de la advocación mariana representada, por ejemplo, en la parte inferior del mosaico de Sergi Mas, un letrerito exhibe las letras Andorra.
Un poco más alejado del retablo de la patrona de Andorra, un bonito y tierno mosaico, representa una alegoría de la virgen de Montserrat, la “moreneta”, en español morenita. La virgen está acompañada de un grupo de benedictinos, de niños de la escolanía y de una pareja vestida con el traje típico y folclórico de Catalunya, que a la par, están acompañados de una niña, El fondo de la escena está representado por el símbolo del cenobio de la patrona de los catalanes, la sierra y una montaña (En español, Montserrat significa cerroserrado). Debajo del retablo se puede ver el letrero que simboliza el país: Spain. Al lado hay otro mosaico de otro país, llamado Scotland. Creía que Montserrat estaba en Cataluña y que la patrona de Spain era la virgen del Pilar, también de la cercana y tórrida tierra de Aragón.

La iglesia de la Anunciación conserva los restos de templos precedentes: primero se encuentra la cueva, un lugar que en tiempos remotos contó con una pronta veneración de la aparición del arcángel Gabriel a María; después contemplamos un templo bizantino; más tarde, uno de los cruzados; y encima de éste, la nueva basílica, que como si se tratase de un inmenso abrigo, alberga todas las partes comentadas. Esta nueva basílica se consagró en el 1968 y es una bonita obra de arte, presidida por una majestuosa cúpula, tiene una planta de dos pisos. Resulta curioso y bonito que uno de los lugares más sagrados e importantes para los católicos, sea a la vez, un homenaje a la austeridad y a la sencillez. La luz no sobra, pero el vacío de sus muros se llena con el espíritu que traemos nosotros, los peregrinos.

Más tarde, hemos podido visitar la parte superior del recinto franciscano, el lugar donde la tradición indica que tenía su taller de carpintería San José. No hemos encontrado ninguna madera, ni ninguna de las rudas herramientas que suelen esparcirse por los suelos de las carpinterías. Nos hemos encontrado con otra sencilla iglesia de gusto bizantino, pero de dimensiones mucho más reducidas que las de la basílica. Cerca de este templete se levantan las instalaciones de un pequeño museo que alberga restos del antiguo poblado bíblico de Nazaret, formado por casillas metidas en cuevas, de pequeñas dimensiones.

Ha estado muy emotiva la celebración de la eucaristía en la primera planta de la basílica, sobretodo por el orden que reina en este lugar, donde los turistas tienen vetada la entrada cuando se canta misa. Los cuatro religiosos de Urgell de nuestro grupo han concelebrado la eucaristía en este lugar tan bonito.

Debía ser mediodía cuando nos hemos dirigido a la Fuente de la Virgen, lugar donde los ortodoxos –la mayoría de los árabes cristianos forman parte de esta confesión- creen que el arcángel se apareció a María. El templo, de reducidas dimensiones, dispone de un guardián, serenos o guardia jurado, que no ha dejado en ningún momento que la gente de nuestro grupo hiciese el mínimo ruido. Se me olvidaba: los pantalones cortos prohibidos.

La fuente se sitúa en una capillita muy pequeña, que se encuentra al lado de la nave de planta griega del templo ortodoxo. Una oscura bóveda, nada apropiada a la luminosidad de esta confesión, simboliza el lugar del encuentro de la virgen con el arcángel. Es un sitio para regocijarse en silencio.

Me he percatado que parte de los fieles que rezaban en este lugar se encontraban muy compungidos y tristes. Al salir, me he enterado que al lado del templo, en uno de los extremos del patio de entrada, se encuentra el tanatorio cristiano de los nazarenos.

Por la tarde hemos ido a Canaán, el lugar donde Jesús convirtió el agua en vino. Los matrimonios de nuestro grupo han renovado su compromiso en este sacramento. Este recinto también es guardado por la custodia franciscana y cumple las mismas divisas que el resto de templos que hemos visitado hasta el momento: reconstrucción de estilo bizantino del siglo XIX encima de restos arqueológicos, en este caso una sinagoga.

Un franciscano guarda la entrada del recinto, como si fuese el portero. A juzgar por su aspecto, este monje, entrado en peso y años; parecía despertado involuntariamente de una siesta provocada por el bochorno y el calor de la sobremesa. Sus bostezos reflejaban que lo habíamos despertado bruscamente.

Seguidamente hemos iniciado un descenso hasta el Lago de Tiberiades, también conocido como Mar de Galilea, situado en el fondo de una depresión situada a 200 metros por debajo del nivel del mar. El lago debe medir unos 20 kilómetros de largo por unos 10 de ancho. En su desembocadura, en forma de embudo, hacia un nuevo tramo del rió Jordán, un colectivo baptista norteamericano ha construido un inmenso recinto para que peregrinos y turistas conmemoren y contemplen el lugar del bautismo de Jesús.

El río aparece rodeado de eucaliptos, manso y tranquilo, y envuelto de una estructura de barandillas y rampas, por la cual un gentío de peregrinos gringos, pertenecientes a la confesión baptista, recibe el sacramento en la modalidad de inmersión.

Los fieles del nuevo continente, acostumbrado a las dietas de comida rápida, vestidos con unas largas túnicas blancas, descienden por las rampas, con las manos apoyadas a las barandillas, y pacientemente, y con mucha confianza, se dejan sumergir por unos ministros de su credo, en el agua verdosa del río. Cuando salen, ya están bautizados.

Nosotros hemos renovado nuestro bautizo, pero solo hemos remojado nuestros pies. Y podemos dar las gracias, pues el agua de este tramo del río parece un plato de cocido de lo turbia que llega a ser.

La poca salubridad el agua no es motivo para maldecir el lugar, muy bien conservado y situado cerca de un kibutz. Los baptistas me han parecido muy cercanos a la causa sionista, el recinto entero está lleno de banderas de Israel. Los fieles americanos, respetuosos con la resta de confesiones, por lo menos con la nuestra, permiten que se puedan realizar bautismos de todo tipo, esto sí, debajo de las sombras de unos eucaliptos australianos, al lado de un centro comercial, de un merendero y de una barbacoa. Todo muy americano.

El padre Sàrries, me ha contado que el lugar tradicional del bautizo no es éste. Se encuentra en una zona que en la actualidad se considera militar, o sea, que no se puede visitar. Por este motivo, los baptistas, han construido aquí, este bonito complejo, para conmemorar el bautizo del Mesías. Total, es el mismo río. El lugar exacto no importa, lo importante es el río. Suerte que no se trata del Nilo. Imaginémonos si en ese lugar hay lugares para bautizar, del Lago Victoria hasta el delta.

Hemos finalizado el peregrinaje del día con una travesía por el lago, un verdadero mar de agua dulce. Un pequeño barco, como una golondrina del puerto de Barcelona, nos ha conducido de una a otra orilla. Impresionante.

Los Altos del Golán, temerosos, presiden una orilla, la otra, la de delante, hacia donde vamos, para desembarcar, se encuentra la nuevísima ciudad de Tiberiades, cuna de una antigua escuela de lingüistas hebreos.

Es bonito contemplar que en un solo estado, sin contar con los territorios que tendrían que formar la Autoridad Nacional Palestina, pueda albergar la convivencia de árabes i judíos.
Los primeros, mayoritariamente musulmanes, con un tres por ciento de cristianos, habitan en ciudades desordenadas, no muy limpias, provistas de comercios sin grandes escaparates, pero con unos letreros estridentes. En cambio, los segundos, habitan en unas ciudades lineales, como las que os comenté ayer, dignas de los boy-scouts de Baden Powell.

Muchas ciudades pobladas por árabes, tienen su parte judía, nueva y situada en las partes superiores de los cerros. A esto le llamo yo estrategia. En el pueblo de Canaán, el barrio judío es toda una urbanización de rascacielos encimados en una carena, la parte árabe, os la podéis imaginar…

Vuelve a ser de noche en Nazaret, hoy no oigo el canto de los minaretes.

Buenas noches.

viernes, 2 de enero de 2009

15-09-08 Barcelona - Nazaret


Después del viaje en autocar, procedente de Andorra, vía la Seu d’Urgell y Guissona, nosotros, unos peregrinos del siglo XXI, hemos llegado al aeropuerto de Barcelona con nuestros celulares portátiles y alejados de las austeridades de los que nos precedieron en la misión en tiempos pretéritos.

El grupo de peregrinos está compuesto por cerca de 50 almas de Andorra, la Seu d’Urgell, el Poal, Les, Bellver de Cerdanya, Barcelona, Vielha, Reus, Corbera del Llobregat, Manresa, Escaldes – Engordany, Encamp, Olvan, Rubí y Sant Julià de Lòria. El destino: Tierra Santa, en el actual estado de Israel.

Pero regresemos otra vez al aeropuerto. La marea humana que se ve en este lugar, ha desaparecido en el momento de la facturación de los equipajes. El personal de tierra de la compañía hebrea EL-AL toma muchísimas medidas de seguridad contra posibles atentados terroristas, por esta razón ha sometido a los presentes a un amistoso, pero riguroso y largo cuestionario. En mi caso ha estado más largo que el resto de compañeros, el motivo debe ser el aspecto semita de mis facciones.

La chica / agente del personal de tierra que me entrevistaba, morena i con unos ojos hipnotizadores, sin dejar de perder su sonrisa de anuncio de dentrífico, me ha preguntado cuales eran los motivos de mi viaje, qué quería hacer en su país y si tenía amigos en él. También me ha preguntado si conocía los miembros del grupo si conocía los lugares que visitaré. Vaya, todo sea en nombre de la seguridad…

¿No visitarás Tel Aviv? – Me ha preguntado la azafata hebrea.

No, se trata de un peregrinaje. – Le he respondido.

Qué mala suerte.

Si tú me invitas, seguro que volveré. – Le he respondido.

Su gracia ha resultado impresionante, del mismo nivel que sus sospechas hacia mi persona, por este motivo habrá anotado en hebreo una cosa incomprensible para mis ojos y que la chica que me ha despachado después, la que realmente me ha facturado el equipaje y atorgado el asiento en el avión, ha entendido perfectamente. Por esta razón me ha colocado en un lugar como el que me ha tocado sentarme. Más abajo volveré a hablar de esto.

El viaje ha resultado largo, cerca de 4 horas, pero nada comparado con el que sufrieron los peregrinos de épocas pasadas, como los del medievo, o el glosado poeta i religioso catalán, el padre Jacinto Verdaguer, conocido como mosén Cinto. Que realizó hasta Tierra Santa el viaje en barco desde Barcelona.

Si le sacamos los sustos provocados por las turbulencias, el avión es un medio de transporte moderno y positivo por su velocidad, efectividad y en el caso de esta compañía, puntualidad. Un viaje que hubiese sido corto por gente de otras épocas pero que ha resultado largo para nosotros, los seres humanos del siglo XXI, demasiado acostumbrados a las prisas, los horarios i el estrés de las jornadas laborales.

El asiento que me ha adjudicado la azafata de tierra estaba situado entre dos otros butacones, ocupados por dos israelitas que parecían salir de un cuartel militar. Han sido cuatro horas eternas de viaje en las cuales he intentado comer un poco mientras practicaba yoga, o beber café sin tener que salpicar el hebreo espartano sentado en mi derecha. Este señor me ha mostrado su adscripción a la familia de Abraham al subir al avión, cuando se ha metido en la cabeza un tipo de boina muy pequeña, sujetada por dos clips, como los que se compran en las mercerías de antaño y lucen aún las tías solteronas y las abuelitas. Más adelante me han recordado su nombre: kipá.

Ah! ¡Me descuidaba de decíroslo! La mayoría de los cerca de cincuenta peregrinos del Obispado de Urgell y de otros lugares de la cristianísima Catalunya son mujeres que tendrán entre cincuenta y sesenta primaveras, todas repletas de una alegría mediterránea, típica del matriarcado catalán, llenas de optimismo y como no, de mucha bondad.

Llegada a Tel Aviv, ciudad que no visitaremos por su modernidad y por el hecho que no es bíblica. Según nos comenta el padre Sàrries, el organizador del peregrinaje, la población sólo tiene una centena de años.

Cuando hemos salido del aeropuerto, aún nos han esperado más colas, ésta vez por el visado el pasaporte. He esperado pacientemente media hora en una cola múltiple que parecía tener el destino en unas cabinas, como las de teléfonos, pero habitadas por unas funcionarias de inmigración israelitas. A mi me ha tocado el gordo, como el del sorteo de lotería, pero en femenino, la gorda, y no por su aspecto físico, si no por su mal carácter. La señora uniformada y seria me ha preguntado por el tiempo que me quería quedar en su país. Vaya, esto me ha aparecido entender.

Mi respuesta, incomprensible, pues apenas hablo inglés, ha provocado cierto menosprecio en la mirada de la militarizada hebrea, que con un gesto muy marcial con el puño, ha estampado el matasellos en mi pasaporte. Hasta el día de hoy, creía que esta desfachatez funcionarial era típica de ciertos lugares de la vieja y decadente Europa.

El viaje en autocar des del Aeropuerto Ben Gurion, el nombre está dedicado a un líder nacionalista judío, hacia nuestro destino, Nazaret, según ha comentado el padre Sàrries, tenía que durar dos horillas, pero un embotellamiento de tráfico, otra exportación europea, lo ha fastidiado todo. El viaje ha durado medía hora más de lo previsto y en nuestra situación de cansancio, ha resultado eterna.

El alargamiento de la duración ha tenido su parte positiva, pues nos ha permitido escuchar una buena lección de historia de este territorio por parte del padre Sàrries.

Mientras el cura ha comentado como nació el actual estado de Israel, por nuestras ventanas ha aparecido un muro de hormigón y cemento, que por lo que sabemos, aísla la población árabe de la israelita. Se trata de un país con un territorio dual, esta podría ser la primera impresión de Israel, un lugar donde viven dos pueblos, con dos ideas diferentes del territorio, con dos culturas opuestas pero complementadas: una de idealista, nacida de los pioneros del sionismo del siglo XIX y XX, que como si fuesen boy-scouts empezaron a transformar unos pantanos en tierras aptas para unas cosechas espléndidas; y la otra de más realista, que sobrevive mirando un futuro incierto, sin dejar de hablar la lengua árabe.

Mientras una parte del territorio parece bien cultivada, ordenada y con urbanizaciones salidas del centro de Europa; la otra se caracteriza por unas casas, la mayoría sin acabar, construidas con grandes bloques de hormigón, con terrazas en lugar de tejados, con grandes ventanales y muchas antenas parabólicas. Todos los vecindarios están presididos por unos esbeltos minaretes y las casas parecen estar dispuestas aleatoriamente encima de cerros y en el fondo de los valles, en calles descuidadas, sucias y estrechas, que contrastan con los barrios germanizados de los judíos. Muchas de las zonas pobladas por los árabes parecen estar rellenas de este espíritu mediterráneo que se nos pega a todos los vecinos del Mare Nostrum.

La noche nos ha alcanzado en la entrada del Valle de Jez Rael, desde donde nos hemos dirigido con el bus hasta una sierra llena de colinas, serpenteadas por la carretera en una de sus vertientes. Encima de una de estas montañas nos esperaba Nazaret, una hermosa ciudad árabe que se encuentra dentro de territorio israelita, caótica en su forma, pero con mejor nivel de vida que las que restan en el otro lado del muro de hormigón y de las alambradas, las cuales constituyen un estrato descriptivo más patético. Éstas últimas, las de la Intifada, aún se pueden subdividir en otras series, hasta llegar a las poblaciones de la Franja de Gaza, todo un honor al desastre.

En Nazaret nos alojaremos durante unos días en el seminario melquita, un edificio que parece construido en la década de los años sesenta del siglo XX. La casa no honra a su nombre, hoy subsiste como un hostal de peregrinos y como un colegio de enseñamiento secundario.

Antes de cenar, he salido a dar una vuelta por las inmediaciones y para tirar cuatro fotos a Nazaret, que en tiempos de Jesús era una aldea, pero que ahora, a juzgar por su urbanismo, parece más un barrio del extrarradio de Barcelona.

La oscura noche del Ramadá, presidida por la luna llena, me ha querido mostrar los cantos que salían de la megafonía de los minaretes de las mezquitas. Alá es grande, dicen, pero si se me permite, después de haber oído los cantos a la oración, puedo afirmar que es impresionante.
 
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